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19 de diciembre de 2016

Navidad

CARTA DE COMUNIÓN
NAVIDAD 2016
“Esto os servirá de señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre." Lc 2, 12


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Una cadena interminable.
Asistimos a una sucesión interminable de conflictos de los cuales además estamos bien informados. Los conflictos del yo, del yo-tú, del nosotros, de ellos… personales y sociales, políticos y económicos, planetarios o interplanetarios, micros y macro-conflictos… ¡Somos tan torpes en las relaciones humanas!
¿Cómo poner fin al círculo cerrado del odio? ¿Cómo recoser los vínculos rotos? ¿Cómo recoser el velo rasgado, la vida hecha girones, el roto inmenso que sella a toda criatura? ¿Cómo recrear el mundo? ¿Contra qué romper la ola de violencia? La Natividad del Señor nos hace poner los ojos en los comienzos de la vida, cuando se empieza a tejer el ser humano que seremos.

Nacemos desnudos y vulnerables. Venimos a este mundo prematuramente y durante mucho tiempo somos seres prematuros que necesitan de los demás para vivir lo que nos hace precarios y vulnerables, podemos ser heridos con tanta facilidad que desarrollamos paulatinamente defensas o confianzas básicas: el estado de sospecha y miedo ante el peligro o el estado de abandono y confianza porque nuestra vida no corre peligro. Nuestra vulnerabilidad de origen, el estar expuesto a lo que puedan hacer con nosotros, la prematuridad que no nos permite responder a la vida con nuestros propios recursos porque tardamos en adquirirlos… nos hacen seres necesitados de cuidados. Necesitamos ser acogidos, cuidados, llevados, acompañados.

La ternura inicial. Tiene muchas probabilidades de no fracasar la vida si alguien la recoge y la abraza, la mira y cuida, la sostiene y corrige, la salva del peligro y la acompaña. Anidamos en este mundo al fin gracias a las vinculaciones que tenemos, esa urdimbre constitutiva que forma la “cuna del ser” y que se inicia con el contacto materno, a través del tacto y la ternura, del abrazo, la mirada, la caricia.
La madre inicia esta urdimbre primigenia. Que no estemos dominados por el odio, la envidia, la agresividad, dependerá en gran medida de los cuidados recibidos en la infancia, de haber sido abrazada con ternura nuestra misma ternidad, ese “no estar hecho aún”, la blandura aún tierna de lo que nace, como un pan aún no cocido. Esa ternidad que necesita cuidados intensivos, tiene su icono en la ternura de la maternidad, de por sí, cuidadora, que abraza al hijo, lo acuna preservándolo de la intemperie, del hambre, de la suciedad, de la crueldad del otro… Esos cuidados primeros afianzan un vínculo, el primero y más eterno de los lazos. En un primer momento, se concreta en la acogida (el abrazo), el cuidado (el acicalamiento), la manutención (lactancia)… y, más tarde, poco más tarde, en llevar de la mano, enseñar a caminar por esta vida, dar lecciones de vida, reprender en casos concretos, corregir… También de estos momentos extraemos comportamientos futuros.

La señal de la paz y la reconciliación. Conocíamos la ternura de Dios, sus entrañas de madre, la ternura para sus hijos, nos guio como un padre guía a su hijo mientras dura su camino. Dios es un Dios de ternura, que se deja conocer como Dios madre, padre, esposo. Lo asombroso es que ese mismo Dios de ternura se ha hecho ternidad, debilidad amable, fragilidad, precariedad oceánica. ¿Por qué? Podemos preguntarnos. Porque su obstinado y constante amor busca la reconciliación con el hombre, el perdón que acorte la distancia, la paz que selle el encuentro definitivo.

¿Reconciliarnos? Sí, a través de una Madre, de un Hijo, de la ternura. Esta será la señal: una madre que ha recogido al hijo y lo ha recubierto, lo ha vestido, lo ha abrigado. Un hijo, envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. El Dios encarnado ha acogido la caricia de una madre, el abrazo del padre, el calor de unos animales, el cobijo de un establo.

El Dios de la ternura se ha puesto en manos de un mortal, en los brazos de una madre. Un niño con la mirada de un infinito descanso posada sobre sobre una mujer. El descanso de Dios al fin en un mortal, en un sí humano, carnal, el de una madre. ¡Oh, precioso trasvase del Mar de Dios en el mar humano! Las entrañas de Yahveh en las entrañas de María. La mano poderosa y tierna de Yahveh en la fina mano de la doncella que mesa el ralo cabello del recién nacido. Una caricia tierna como cuando Yahveh se hacía presente en la brisa… Dios y Mujer a una, ante el Hijo siempre Amado, en el cielo y en la tierra, por el Padre y por la Madre, Padres al fin de ternura inmensa, eterna e infinita.

Sí, esta será la señal: El Dios de la ternura gozando de la ternura de un mortal. Dios en una madre, Dios en el hijo siempre amado. Dios presente en la ternura.

Esta será la señal: Solo las entrañas de misericordia, compasión y ternura de Dios pudieron idear la Encarnación. Solo el amor infinito de Dios pudo crear un seno como el suyo donde albergar al Hijo. Solo un amor vasto y verdadero no desdeña hacerse mínimo con tal de encontrar al que se perdió, hacerse pequeño con el pequeño, hacerse hombre con el hombre para que este conociera la ternura del amor de Dios que sobrepasa todo conocimiento, todo lo que podamos nosotros pensar e idear.

Humilde para restaurar el vínculo.

No hay ternura sin humildad. Al deseo del hombre de ser como Dios se opone el sí marial y su palabra mediadora de la reconciliación entre dios y el hombre: Heme aquí, yo soy tu esclava, tu sierva. Si la ruptura primigenia tuvo como causa una rebelión la reconciliación definitiva vendría de la mano de una sierva que libremente decide ponerse al servicio de Dios. Y el Dios que era para el hombre la aspiración máxima hasta querer para si esa categoría y tributo divino se hace a su vez siervo del hombre, nacido de una mujer, necesitado de la ternura humana porque él mismo ha cambiado el poder y la gloria por la condición de ternidad de un recién nacido. Y, es entonces cuando desde el cielo los ángeles pregonan la paz, barrunto de la paz reconquistada no por la fuerza de las armas y el orgullo y la soberbia de los hombres sino por la humildad de Dios y la humildad de la mujer.

La reconciliación de Dios con el hombre ha elegido la vía: la pérdida de todos los derechos por parte de dios, hasta el abajamiento sumo, haciéndose criatura necesitada de cuidados, precaria y vulnerable; la asunción del deber fundamental de la criatura, no pretender ser lo que no es y asumir lo que es de cara a Dios mismo, para servirle y adorarle poniéndose a sus pies, cuidándolo como a un hijo.

La ternura ya tiene una cualidad esencial que será hacerse débil con el débil, pequeño con el pequeño, abrazar la ternidad del otro y querer voluntaria y libremente servirle. La ternura ha retejido el vínculo roto porque la afectuosa humildad que de ella brota no desdeña dar el paso hacia el necesitado o hacia el distante o hacia el separado. Debía sr así la señal habría de ser esa: una madre acogiendo al hijo y abrigándolo con pañales… era el modo de desarmar toda rebelión contra Dios que yace en un pesebre, contra el hombre que tiene el privilegio de tenerle en su regazo.

Habrá que contemplar repetidamente esta escena para entrar en ella, creer en ella y hacer de ella el icono de la vida: empezar a vivir la humilde ternidad y dejarse cuidar, acoger, guiar… y vivir la humilde ternura que pueda dar al otro la confianza básica y restañadora de toda herida violenta. Sin otra pretensión que vivir reconciliados con Dios y con los otros, con el mundo y con todo lo existente.

El Nacimiento de Jesús es un misterio de ternura recreadora. Empecemos por la ternura para llegar a la reconciliación. Como pensó Dios desde el inicio, como pensó la Trinidad que debía comenzar la redención del hombre.

Dejemos espacio para que el Dios de la ternura infinita nazca en nuestros hogares, en nuestras comunidades, en nuestros pueblos y ciudades para que una nueva manera de relacionarnos entre nosotros haga caer los grilletes de nuestras amenazas y de nuestras discordias, de nuestros odios y divisiones. ¿Qué ternura salvará al mundo? La del Dios hecho Niño, la de la Madre que lo acuna.


Feliz Pascua de la Natividad del Señor de la Ternura.

M. Prado

Monasterio de la Conversión
Sotillo de la Adrada
Ávila

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(Ampliar imagen....[Iglesia de la Reconciliación] 









nº CC (IBAN): ES 55 0081 0663 4200 0124 4633

BIC: BSABESBB
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7 de diciembre de 2016

Toma de hábito - Perú

El pasado mes de octubre, tomaron hábito nuestras dos hermanas, Claudia y Masiel,  en el Monasterio de la Encarnación de Lima, Perú.
Contamos con la presencia de numerosos miembros de la Orden y de nuestras familias.